(Marina Tsvietáieva con su familia, imagen tomada de: http://misredesrusas.blogspot.com.ar/). |
Una unidad de tiempo no es una unidad de sucesos ordenados: ¿cómo podría serlo? Para que dos o tres hechos que ocurren al mismo instante tengan alguna relación es necesario inventarse más de un tercio de la historia, disimular sus pliegues, eludir la tentación de la moral e, incluso, rehuir de la intemperie de lo ajeno.
¿Qué es la historia o su relato sino la incapacidad para explicar cómo es posible que una mujer ame en el límite de sus fuerzas sin que haya ya nadie de la otra parte? ¿O que en el mismo minuto en que se desata una guerra, en otro sitio haya un hombre fumando indiferente? ¿Qué relaciona a un ciego que no acaba de cruzar la calle con una señora que pasa horas mirándose en un espejo? ¿Cómo es posible siquiera imaginar que a un dolor le corresponde, a la vez, un silencio, un desatino o nada?
La historia de lo humano es la historia del quizá y del casi.
Quizá si alguien se hubiera dado cuenta de algo, quizá si aquel niño no se hubiera escapado ni golpeado fatalmente su cabeza, quizá si dos individuos se hubieran conocido antes, quizá si el terremoto hubiese comenzado lejos de aquí. Quizá si no hubieras dicho aquella palabra. Casi seríamos distintos, casi otra cosa, casi en otra parte, casi sin desearlo, quizá sin reconocernos.
En el infinito entramado de azares que es el mundo a veces ocurre que diferentes personas no se crucen ni se conozcan de milagro. Algunos parten siete segundos antes que otros o se enredan en una conversación que los hace llegar más tarde o están en el sitio donde jamás deberían estar o son gente que nunca sale. Algunos se han detenido sin motivo, otros se han distraído, otros se han ido cuando no correspondía y todavía otros estaban a punto de decir algo que callaron o hablaron demasiado cuando lo oportuno era un silencio cauto, retraído.
La vida es un compendio inexacto de quimeras: tener una vida no significa otra cosa que ser capaces e incapaces de otras vidas. El destino es una palabra que solo puede pronunciarse un poco antes de la muerte. El porvenir es una encrucijada que no espera. El pasado crece a los lados como si el cuerpo no lo contuviera.
Una niña juega sentada sobre la hierba, mientras su padre fuma un tabaco fuerte. La niña no sabe qué le tocará en suerte. Quizá alguna vez recuerde el aroma mezclado del tabaco y de la hierba. Pero no tiene idea de lo qué será cuando, después, se le pregunte quién sea. Esa niña juega con otra niña y no sabe que ya no la volverá a ver jamás, no prepara su vida, no anticipa los días, no tiene otra pretensión que hacer durar la atmósfera. Ni siquiera repara, ahora, que su padre lee apoyando el libro sobre su brazo quieto. Ignora que le tocará una vida de difamación, de memoria aturdida y de encierro.
Un hombre y una mujer aún no se conocen, porque aún son un niño y una niña. No saben que se conocerán, ni tienen idea alguna sobre un barco que navegará treinta y dos días hacia una patria extranjera. Ella aún tiene el cabello rojizo y él todavía pasa horas en la escuela. Todo lo que ahora hacen no conduce a ningún encuentro. A ninguna parte. A ningún recuerdo.
Una niña ignora por completo que será una poeta muy reconocida fuera de su tiempo, aunque de muy pequeña pasa las horas dibujando y escribiendo y ya los seis años cree saberlo todo. Jamás ha pensado que tendrá tres hijos y que uno de ellos, la más pequeña, morirá por inanición demasiado pronto. Tampoco elabora su futura sensibilidad extrema, ni cocina a lentitud de fuego un amor que le será eterno.
Un niño de diez años se escapa de la siesta con su primo de once años. Mientras recorren el camino hacia el agua profunda, solo imagina alegrías: está completamente ausente del golpe en la cabeza contra una piedra que hará que en minutos deje de tener un primo. No sabe, siquiera, que con el tiempo el recuerdo será amargo, pero solo eso: un recuerdo. Ni tampoco sabe que su vida tendrá poco que ver con todo lo que allí está presente: las siestas, las rocas, su primo, sus diez años.
Todos vemos ahora algo que por ahora no entendemos: la vida y la muerte, en apariencia ajenas.
Nadie sabe qué vendrá. Por eso la vida es tanta. Y tan breve.
... Tampoco elabora su futura sensibilidad extrema, ni cocina a lentitud de fuego un amor que le será eterno...
ResponderEliminar.. Me quedo aquí, en este delicado relato, "soñando"...
L S