viernes, 26 de julio de 2013

"Ocurre que Julio".





(Fotografía: Gustavo Peralta). 


Ocurre que Julio no tiene prisa en estas latitudes del mundo. No es un mes, es una superficie extensa de encierro, de languidez,  de ocultamiento. No son treinta y un días. Son muchos más, porque se miden en pasos apresurados, en torpes regresos, en esa maraña de ropa que nunca revela al cuerpo.  

Ocurre que Julio se demora un poco más a cada año. Hace de las gentes un tendal de víctimas sin final. Los atrae en un huracán de toses y  blasfemias y gemidos y los devuelve débiles al mundo.  Los días tienen temor en asomarse, las tardes están confundidas con las sombras del desconsuelo y las noches se anticipan como desiertos sin rumbo.  

Ocurre durante julio que lo que estaba distante se abroquela, se arruga, se vuelve labio en declive, palabra profana. Las calles se alargan, los pájaros emigran y las puertas se cierran. 

Los ancianos no salen, los mendigos se nublan y los perros y la mayoría de los niños se sumergen en el tedio.  

Julio, de este lado del mundo, es el tiempo enemigo del tiempo. 

Para los mendigos, julio es el mes en que no pueden echarse en ningún sitio. Y es cuando más hablan solos. A veces se los ve corriendo detrás de un rayo del sol o frente a los árboles o encima de la luna junto a todos sus sueños. Hablan solos, pero dicen algo, dicen algo a alguien: a su propia infancia, a sus padres también huérfanos, a un fragmento aún lúcido de ellos mismos. Hablan solos porque necesitan decir siempre lo mismo, sin importar que otros ya no quieran escucharlos. Hablan solos para sostener los párpados de quienes ya se han muerto. Para que el frío pueda ser rebatido con sus palabras. Para que el amor no los vuelva a dejar en el umbral aciago de la penumbra. Hablan solos porque una conversación trunca les persigue desde siempre.  

Para algunos niños, julio es la insensata reaparición del consumo. No juegan: son envueltos en ropas desabridas y salen a toda prisa a llenar los museos, los cines, los centros comerciales. Acaban destrozados por el sueño y las rápidas comidas. Y se dan cuenta, demasiado pronto, que nunca habrá consuelo. 

Para los ancianos, julio es un destierro tirano. Si se vuelcan a las calles, un viento déspota los traiciona y los detiene. Demoran demasiado en dar la vuelta a la calle. Se enredan entre la memoria y el olvido. Se mueren más en julio que en cualquier otro tiempo. Quedan recluidos a invierno perpetuo y casi nadie los visita. 

Permanecen sentados frente a las ventanas, a la espera de que algo ocurra. A la espera de alguna visita. O de alguna voz. O de alguna palabra. Esperan, ahora. Y no en la absurda promesa de una la luz aún cálida, de una conversación aún cierta, a las siete de la tarde, sólo en el mes de setiembre. 

1 comentario:

  1. .. Ocurre durante julio que lo que estaba distante se abroquela, se arruga, se vuelve labio en declive, palabra profana. Las calles se alargan , los pájaros emigran y las puertas se cierran...

    ..Quedo temblando.. mi sangre corre vertiginosamente por mis venas.. este relato ha entrado en mí.. y recrea "la soledad del invierno"
    ...Me enamora.. o busca el AMOR.
    Lau

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