Hay vidas
imposibles de sentir, de tocar, de percibir. Vidas de otros, en otros lugares,
en otros tiempos. Fuera de mí. Fuera de aquí. Sin alcance, sin captura. Y sin
embargo.
Podemos pensarlas,
eso sí, a partir de nuestras propias vidas, en nuestro lugar, en nuestro
tiempo. El resultado es, casi siempre, espantoso: como si se representara el
amor o la guerra a través de un par de imágenes o un par de sustantivos y
quedáramos satisfechos. Como si se destrozara lo mínimo en nada. Lo ínfimo en
sombra.
La tentación de transformar
una vida ajena en vida pasajera. Jactancia de ocupar lo insoportable y
deshacerlo en suaves proposiciones. Temor a lo impropio. A lo verdadero. A lo
que sube o desciende y ya no puede ser mirado. A lo que se aparta y no puede
ser oído. A lo que se va y ya no permanece. Y aún así.
Cualquier intento
por ponerse en la piel de otro comete una herejía. Pues se trataría de una superposición,
una usurpación, de un secuestro, un ultraje. No de una contemplación, no de una
apreciación. No de una disposición. Y a pesar de ello.
¿Cómo sería
posible estar por dentro, adentrarme, respirar y ahogarme en una edad que aún
no tengo o ya tuve, de un cuerpo que no percibo, de un país que no habito, de
una lengua que no hablo? Pero.
No hay modo de
estar más allá de lo que somos. ¿Esto está mal escrito? ¿Es ser y no estar? Quiero
decir: si cierro los ojos me encuentro conmigo, una y otra vez. Si cierro la
boca, sólo encuentro mis pocas palabras. Lo mismo ocurre si me abro. Aunque.
Sería cuestión de
alargarse un poco uno mismo. Pero alargarse como despedazarse, perderse,
desvanecerse, dejar de saberse, volverse irreconocible. Arriesgarse a no verse
repetido. O, al menos, tratar que lo que no sentimos, que donde no estamos, que
lo que no decimos, tenga su otra gravedad, su propia espesura.
Habría que
resquebrajar lo uno. Pensar mucho más tarde lo nuestro. O tal vez no pensarlo nunca. Dejar de pensar. O
pensar sin uno. Solo de sí mismo. Porque...
(Fotografía: Gustavo Peralta). |
Tal vez sólo una
ficción nos ofrezca la posibilidad de otra ficción. Una vida que decimos que es
nuestra gracias a un relato que es de tantos otros. Tantas vidas que no son
nuestras gracias a un relato que es de uno solo. Siempre distintos. Contar es
siempre fugitivo. Siempre forajido.
Decir una vida es
ponerla en otra travesía. Un recorrido de azares, de disturbios, aire
enrarecido, interrumpido. Aquello que aún no comienza ni termina.
¿La vida es la
ficción o es ficción la travesía?
Por ejemplo,
sobran los ejemplos.
Un hombre con
labio leporino que atraviesa Sudáfrica en llamas. No tengo labio leporino ni
conozco Sudáfrica ni siento el ardor de las llamas. ¿Qué importancia tiene? No
lo soy, pero podría serlo. Y ese podría, lo puede todo. Puede no es poder, es
temblor, es casi, es quizá. No se dice: soy, en efecto, ese hombre. Así se
diría: tal vez podría serlo. En algún pequeño fragmento. O en todo.
O: un niño
prodigio que canta y recita y es amado. No soy ese niño, ni soy prodigio, ni
canto ni recito, ni soy amado como niño que canta y recita. ¿Debo serlo para
conmoverme? ¿Debo ser exactamente lo representado? Ese niño deja de ser niño,
deja de cantar con voz afinada, deja de recitar, deja de ser amado. No, no soy
yo. Y sin embargo, otra vez, podría serlo en un instante de su trayecto, en un
gesto, en una mirada.
No porque me
conozco. Es, más bien, porque soy reconocido sin intención, por otro que
escribe. Y, así, comienzo a desconocerme.
O: un hombre en la
segunda guerra mundial, en medio de una trinchera, un olor nauseabundo, el
imposible regreso, la mujer que espera. ¿Quién soy, qué soy: el olor, el
agobio, la muerte, el hombre, la mujer o la espera? No soy, podría serlo. Una
vez más. Podría serlo.
O: una mujer que
es un hombre que escribe como mujer una novela sobre la historia de un amor
imposible. O, quizá, otra mujer que envejece y no puede soportarlo. Ni sostenerlo,
ni cambiarlo.
En vez de una
afirmación, una duda rotunda, completa, presente: lo que podría ser, si fuera. Lo
que sería, sin serlo. Lo que estoy siendo porque otros han sido. Y así,
sucesivamente: en descendencia y en ascendencia. Desde y hacia todos los lados.
Quisiera reconocer
el olor del puerto a una hora específica en una ciudad de la edad media. No, no
es quisiera, no es deseo, no es posibilidad. Es: querría. Lo impensable hecho
imposible. Pero ahora cierto. Cierto que
querría.
Querría sentir la
brisa que recorre a Sócrates cuando pasea.
Querría estar en
medio del cambio de estaciones en una aldea perdida, remota, incógnita.
Querría dejar de
percibir el paso de las horas en una cárcel.
Querría no morir
de repente, sino a los sorbos.
Querría amar al
revés, no hacia delante, sino a los costados.
No quiero imaginarlo
por mí mismo. Solo. No alcanzo, no llego, no puedo. ¿Podría? Querría. Por eso.
Busco,
desesperadamente, gestos que no son míos.
Y que, luego,
tampoco, podrían llegar a serlo.
.. Querria estar en medio del cambio de estaciones en una aldea perdida, remota, incógnita..
ResponderEliminar...Y aquí, me quedo .. pués mi imaginación VUELA..
..ahora estoy ahí , en esa pequeña aldea....
Hermoso...
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