domingo, 28 de julio de 2013

"No, no soy yo. Y sin embargo".


Hay vidas imposibles de sentir, de tocar, de percibir. Vidas de otros, en otros lugares, en otros tiempos. Fuera de mí. Fuera de aquí. Sin alcance, sin captura. Y sin embargo.

Podemos pensarlas, eso sí, a partir de nuestras propias vidas, en nuestro lugar, en nuestro tiempo. El resultado es, casi siempre, espantoso: como si se representara el amor o la guerra a través de un par de imágenes o un par de sustantivos y quedáramos satisfechos. Como si se destrozara lo mínimo en nada. Lo ínfimo en sombra.

La tentación de transformar una vida ajena en vida pasajera. Jactancia de ocupar lo insoportable y deshacerlo en suaves proposiciones. Temor a lo impropio. A lo verdadero. A lo que sube o desciende y ya no puede ser mirado. A lo que se aparta y no puede ser oído. A lo que se va y ya no permanece. Y aún así. 

Cualquier intento por ponerse en la piel de otro comete una herejía. Pues se trataría de una superposición, una usurpación, de un secuestro, un ultraje. No de una contemplación, no de una apreciación. No de una disposición. Y a pesar de ello.

¿Cómo sería posible estar por dentro, adentrarme, respirar y ahogarme en una edad que aún no tengo o ya tuve, de un cuerpo que no percibo, de un país que no habito, de una lengua que no hablo? Pero.

No hay modo de estar más allá de lo que somos. ¿Esto está mal escrito? ¿Es ser y no estar? Quiero decir: si cierro los ojos me encuentro conmigo, una y otra vez. Si cierro la boca, sólo encuentro mis pocas palabras. Lo mismo ocurre si me abro. Aunque.

Sería cuestión de alargarse un poco uno mismo. Pero alargarse como despedazarse, perderse, desvanecerse, dejar de saberse, volverse irreconocible. Arriesgarse a no verse repetido. O, al menos, tratar que lo que no sentimos, que donde no estamos, que lo que no decimos, tenga su otra gravedad, su propia espesura.

Habría que resquebrajar lo uno. Pensar mucho más tarde lo nuestro. O  tal vez no pensarlo nunca. Dejar de pensar. O pensar sin uno. Solo de sí mismo. Porque...    


(Fotografía: Gustavo Peralta).


Tal vez sólo una ficción nos ofrezca la posibilidad de otra ficción. Una vida que decimos que es nuestra gracias a un relato que es de tantos otros. Tantas vidas que no son nuestras gracias a un relato que es de uno solo. Siempre distintos. Contar es siempre fugitivo. Siempre forajido.     

Decir una vida es ponerla en otra travesía. Un recorrido de azares, de disturbios, aire enrarecido, interrumpido. Aquello que aún no comienza ni termina.

¿La vida es la ficción o es ficción la travesía?
Por ejemplo, sobran los ejemplos.

Un hombre con labio leporino que atraviesa Sudáfrica en llamas. No tengo labio leporino ni conozco Sudáfrica ni siento el ardor de las llamas. ¿Qué importancia tiene? No lo soy, pero podría serlo. Y ese podría, lo puede todo. Puede no es poder, es temblor, es casi, es quizá. No se dice: soy, en efecto, ese hombre. Así se diría: tal vez podría serlo. En algún pequeño fragmento. O en todo. 

O: un niño prodigio que canta y recita y es amado. No soy ese niño, ni soy prodigio, ni canto ni recito, ni soy amado como niño que canta y recita. ¿Debo serlo para conmoverme? ¿Debo ser exactamente lo representado? Ese niño deja de ser niño, deja de cantar con voz afinada, deja de recitar, deja de ser amado. No, no soy yo. Y sin embargo, otra vez, podría serlo en un instante de su trayecto, en un gesto, en una mirada.

No porque me conozco. Es, más bien, porque soy reconocido sin intención, por otro que escribe. Y, así, comienzo a desconocerme.

O: un hombre en la segunda guerra mundial, en medio de una trinchera, un olor nauseabundo, el imposible regreso, la mujer que espera. ¿Quién soy, qué soy: el olor, el agobio, la muerte, el hombre, la mujer o la espera? No soy, podría serlo. Una vez más. Podría serlo.

O: una mujer que es un hombre que escribe como mujer una novela sobre la historia de un amor imposible. O, quizá, otra mujer que envejece y no puede soportarlo. Ni sostenerlo, ni cambiarlo.  

En vez de una afirmación, una duda rotunda, completa, presente: lo que podría ser, si fuera. Lo que sería, sin serlo. Lo que estoy siendo porque otros han sido. Y así, sucesivamente: en descendencia y en ascendencia. Desde y hacia todos los lados.

Quisiera reconocer el olor del puerto a una hora específica en una ciudad de la edad media. No, no es quisiera, no es deseo, no es posibilidad. Es: querría. Lo impensable hecho imposible. Pero ahora cierto.  Cierto que querría.  

Querría sentir la brisa que recorre a Sócrates cuando pasea.
Querría estar en medio del cambio de estaciones en una aldea perdida, remota, incógnita.
Querría dejar de percibir el paso de las horas en una cárcel.
Querría no morir de repente, sino a los sorbos.  
Querría amar al revés, no hacia delante, sino a los costados.

No quiero imaginarlo por mí mismo. Solo. No alcanzo, no llego, no puedo. ¿Podría? Querría. Por eso.

Busco, desesperadamente, gestos que no son míos.


Y que, luego, tampoco, podrían llegar a serlo. 

2 comentarios:

  1. .. Querria estar en medio del cambio de estaciones en una aldea perdida, remota, incógnita..

    ...Y aquí, me quedo .. pués mi imaginación VUELA..
    ..ahora estoy ahí , en esa pequeña aldea....

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