"ENTREVISTAS".

"El adulto olvida que el mundo es mucho más interesante que uno mismo" 
(Publicado en  Noticias de Navarra / Cultura, 22 de mayo 2013: 
http://www.noticiasdenavarra.com/2013/05/22/ocio-y-cultura/cultura/el-adulto-olvida-que-el-mundo-es-mucho-mas-interesante-que-uno-mismo ). 

Por Paula Echevarría

PAMPLONA. Autor de libros de poesía, ensayos filosóficos y pedagógicos sobre la lectura, Skliar habló ayer en Pamplona de su última obra, No tienen prisa las palabras (Candaya). Un libro que reúne microrrelatos, apuntes de diario, estampas líricas, aforismos, pensamientos, poemas en prosa..., y que inaugura una trilogía cuyo segundo volumen, Hablar con desconocidos, está en marcha.

(Fotografía: Diario Noticias de Navarra). 


'No tienen prisa las palabras' es un libro escrito contra la indiferencia. ¿Es uno de los mayores males de nuestro tiempo, o de siempre?
No sé si de siempre, yo lo vengo advirtiendo últimamente con más particularidad y en lo que se refiere al acto de caminar, de atravesar una ciudad. Sí noto que volvemos invisible lo que está visible, nos quitamos de aquello que está en los costados del camino y que parece perturbarnos... Es como si la travesía por la ciudad fuera de punto a punto una travesía apenas útil, como si hoy el paseo fuera un sitio de afección y no un sitio de libertad y de expansión.

Y esas posibilidades que no llegan a ser vividas, nos las negamos sobre todo los adultos. El niño lo mira todo como si fuera por primera vez...
Sí, como planteaba Fernando Pessoa, se trata de intentar mirar como si fuera por primera vez, aunque sabemos que es imposible. El niño lo hace y por eso se queda atónito. Tan atolondrado como atónito. El adulto lo que puede es recuperar una parte de esa atmósfera, e intentar, aunque en eso se nos vaya la vida, ese mirar como por primera vez. Y mirar así es lo contrario del conocer, tal y como hoy se plantea el conocimiento científico, académico, institucional, político, en el que la razón ocupa el espacio, y en vez de mirar, lo que estás haciendo es reconocer e identificar lo que ya sabes. No hay sorpresa, por lo tanto no hay espacio, hay asfixia, hay ahogo, y hay prisa, mucha prisa.

Los niños precisamente disfrutan en la incomprensión del mundo, en el no saberlo y no controlarlo todo.
Yo creo que los niños se dan cuenta de algo que nosotros olvidamos, y es que el mundo es mucho más interesante que uno mismo. Me ha pasado con este libro: volver a darme cuenta de qué interesante, no qué bonito, sino qué interesante es el mundo. Y qué poco interesante es uno mismo cuando es la única referencia. De hecho, el libro no tiene en ningún momento una referencia muy clara al yo, a quién es y cómo es ese que camina y que ve... Escribo un poco dictado por el otro.

¿Entonces la mirada del niño y la del poeta son similares, o deben serlo?
Hay un mito con eso, que reúne la mirada del niño con la mirada del poeta, y yo creo que es solo mítico, que la poesía también desciende hacia los infiernos. Hay una marca de bondad, sin duda, entre el niño y el poeta. Pero también hay una lucidez que no permite acallar lo terrible, lo trágico. Si el niño lo logra con el cuidado de los demás, el poeta no puede. No puede renunciar a la tragedia, a lo dramático del mundo. No se puede quitar del mundo.

¿Contra qué debe rebelarse el poeta hoy?
Contra el olvido, contra un mundo que se cree pasado y del cual ya se ha hecho la necrológica. Contra el futuro perfecto, contra la vida fácil, contra las miradas unívocas, las miradas sucias, asesinas. Contra la palabra breve, que nace de un pacto previo con el lector de consumo rápido.

Según sostiene, el poeta es un viajero explorador. ¿Es un viajero sin guía ni mapa, sin rumbo fijo?
La figura del poeta viajero sería para mí lo contrario de la figura contemporánea del turista. Es decir, el trazado solo puede darse porque se encuentra con algo inesperado que lo toma de la mano y lo conduce a lugares inesperados. Ese caminar no tiene nada que ver con el del turista actual, que ya lo tiene todo organizado. El poeta que camina no sabe qué busca, pero busca. Y el turista sabe qué busca y no camina.

¿Y es un viajero sin prisa?
En mi caso sí, y me parece que es el único modo de oponerse a la urgencia del mundo. Muchos han encontrado en la escritura ese refugio, pero yo creo que hay que salir al mundo y buscarle su quietud, crearle la pausa. Que escribir pueda provocar un paréntesis en esa voracidad. Porque lo que hacemos es escuchar, y escuchar ya es una forma de paciencia. Escribir es al mismo tiempo una pasión por el mundo, pero con una cierta actitud de paciencia, de hondura, no tanto de llegar al punto.

Reconoce que escribe porque no comprende, que no es lo mismo que escribir para comprender...
Exactamente. Nunca comprendo, y la finalidad no es la comprensión. Si hubiera una finalidad, sería darle más contenido a la incomprensión. Es como intentar no agachar la cabeza, no encoger los hombros ante eso que no entiendo, sino permanecer en la incomprensión para conversar sobre ella y descubrir sus aristas.

¿Hay demasiada literatura acomodada, o en general demasiadas conversaciones acomodadas?
Por un lado creo que hay una inmensa literatura que ya proviene de otro lado, no de lo literario: la literatura periodística pero también televisiva, pero también culinaria, pero también cinematográfica... una literatura que viene de un extrarradio, y que es curiosamente la que más se consume. Quizá porque responde a la necesidad de antemano de darme lo que ya sé, lo que ya comprendo. Como si el lector lo que buscara fuera simplemente confirmar lo que ya sabe. Si esto lo extendemos hacia el campo de la conversación, es dramático, porque una conversación que solo busque confirmaciones, acaba con la conversación.

¿Qué han aprendido los argentinos de la crisis, qué debemos aprender nosotros de todo esto?
Lo que hemos aprendido es que hay que reaccionar, y que la reacción no proviene del poder enquistado en la política. La reacción proviene de un movimiento horizontal que es de rebelión y al mismo tiempo es devastador. El límite lo pone el pueblo anónimo. No es un debate económico o coyuntural, es un debate existencial. Y todavía no he visto aquí esas llamas que arden. Me llama la atención que con todo lo que ocurre, con tanta transformación mezquina, esto no arda de alguna manera. Y arder significa muchas cosas: arder por dentro, arder por fuera, arder existencialmente. Aquí la gente está buscando su modo de cobijarse, es una diferencia muy grande con lo que pasó en Argentina, donde la gente buscó incendiarse. No lo juzgo, solo me llama la atención.

¿Qué terreno le gustaría explorar con las palabras que no lo haya hecho?
Estoy con deseos de recuperar objetos perdidos, sensaciones perdidas. De juntarlos con sus acciones para dejarlos en la memoria. Será que me siento más viejo y que me da mucha rabia sentir que los objetos y sus sensaciones se están perdiendo. Y para eso estoy conversando mucho con mi padre, tratando de sostener su memoria, y releyendo el diario de mi abuela rusa que encontramos hace poco, donde ella practicaba su castellano. Voy a intentar hacer un viaje sobre esa mezcla de lo familiar y lo ajeno. Sobre lo que parece perdido y está presente.






“La escritura es mi forma de detener el mundo por un instante”. 
(Publicado en Diario de Navarra, Pamplona, 22 de mayo de 2013), por JESÚSRUBIO


Carlos Skliar (BuenosAires, 1960) es fonólogo y pedagogo y de vez en cuando trabaja en Barcelona. El año pasado, “tras un trabajo arduo de gestión”, la Ciudad Condal le provocó “una especie de detención, de respiración nueva”. Se lanzó a pasear, y mientras andaba miraba “a lo lados, dejándome afectar por lo que pasaba alrededor”. El resultado fue No tienen prisa las palabras, una colección de textos cortos que tienen algo de poema y algo de prosa, en la que los protagonistas son los demás. “Me dejé  impactar por la alteridad, por lo que no sabes y de repente tienes delante de tu vista. La reacción fue una escritura que intenta tomar un instante como si no hubiera otra cosa, como si prescindieras del mundo y ese instante lo fuera todo”. Skliar habló de su obra ayer en Pamplona, en el Foro Auzolan.

Su libro enfatiza la mirada. La mirada juega el papel fundamental de apertura. No se trata de mirar para juzgar, para escudriñar, para medir, sino para dejar entrar. Hay un intento de mirar con buenos ojos, de intentar no conocer, sino que las cosas te lleguen en su naturaleza y crear una pausa. Es como levantarte todos los días y decir: “Hoy no juzgaré a nadie, pero percibiré”.

Una actitud no muy común. Una de las claves de toda la composición social es la mirada. Hay miradas que matan, que manchan. Las formas de la humillación y el desprecio gobiernan a través de la mirada. La respuesta sería una mirada franca, fraterna, sin caer en ninguna ingenuidad. Es un proceso educativo, como aprender a mirar con una mirada limpia. Cuando empiezas a mirar hacia los lados, aparece lo que uno no quisiera ver, pero que entra y se te queda. La miseria, la pobreza, la indulgencia, el maltrato, los gestos humanos.... Me deje cautivar por esa patria humana que son los gestos: la muchacha que lee, el hombre que me habla sin conocerme...

Su libro está plagado de estos encuentros casuales, que pasan casi desapercibidos. Son gestos mínimos, que afectan a la vida mucho más de lo que creemos. Esos pequeños gestos son la sugerencia de mundos posibles y quería elevarlos. Están las grandes palabras, los discursos, de acuerdo, pero ¿qué es lo humano sino esta infinita polifonía de gestos que marcan destinos, que todos recordamos y que han construido y destruido vidas?.

¿Porqué se fija tanto en los niños?. Lamentablemente se ha secuestrado a la infancia. Quisiera defender que dejen a la infancia serlo todo el tiempo que sea posible. Jugar en la calle, ese escenario natural, ha desaparecido. Hago un elogio de lo que ha desaparecido y hay que buscar, como si con mi escritura fuese a recuperar la infancia.

La escritura es otro tema recurrente. Hago una reflexión sobre lo que se escribe escribiendo. Yo tomo notas como otros el té. Es mi forma de estar, de conmoverse en el mundo. La escritura me ayuda a dar profundidad a lo que no comprendo, no a entenderlo. Este mundo, siempre nuevo, nos envejece más rápido y hay muchas formas de rebelión. Unos toman pastillas, otros cirugías, yo voy por la escritura. Es mi forma de detener el mundo por un instante. Que lo logre o no, es otra historia.





“El lenguaje puede ser una forma de detención, una pausa que sirva para habitar un tiempo hondo”. 

(Entrevista publicada en el portal del CONICET, Argentina, julio de 2013. Para acceder a nota completa ir a: http://www.conicet.gov.ar/hay-un-enorme-tesoro-en-el-lenguaje-y-poder-encontrarlo-es-una-tarea-que-nos-relaciona-no-solo-con-el-futuro-sino-tambien-con-el-pasado/). 




Las redes sociales, el teléfono celular, la prisa y la necesidad de recibir y de obtener información de manera inmediata, ¿Condicionan, mutilan o dañan nuestro lenguaje?

Carlos Skliar investigador independiente del CONICET en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), autor del libro No tienen prisa las palabras, publicado el año 2012, por Editorial Candaya), analiza y reflexiona sobre el rol y las formas de expresión características en la actualidad.

No tienen prisa las palabras en decir. La urgencia tiene voz atragantada. La prisa  alborota los sonidos y se acaba por decir todo lo contrario. La rapidez siempre es  extranjera. El barullo es un jeroglífico que no descifraremos nunca. Escribir,  entonces, mirándote a los ojos. Deseando tu dictado, afirma Skliar en su libro.


¿Cuáles son las características que priman en el lenguaje moderno?
No son éstos buenos tiempos para la complejidad y multiplicidad del lenguaje. Hay un predomino exagerado de la rapidez y la eficacia en la transmisión y por eso, cada vez más, se van apartando algunas formas de expresión poéticas o literarias, más rugosas, más ambiguas. Aún así, por más rapidez y eficacia que se pretenda, el lenguaje no es ni la captura ni el dominio de lo real y, por lo tanto, es posible aún hallar formas de transmisión que no renuncien al misterio de lo humano, ni a los laberintos de la expresión.

¿Qué se gana y qué se pierde en estás formas aceleradas de expresión?
En cómo cambia la relación del lenguaje con la temporalidad. No hay ningún motivo por el cual ligar el lenguaje a la prisa o a la urgencia o a la inmediatez. También el lenguaje puede ser una forma de detención, una pausa que sirva para habitar un tiempo hondo, vinculado más a la intensidad que a lo cronológico; ese cronos que todo lo quiere devorar, incluso al lenguaje.  

¿Y en estos tiempos de Cronos cual es la reacción del público hacia los libros o los textos extensos?
Sin generalizar, a veces la reacción de los lectores ante los textos largos es de desasosiego y pereza. Como si ya el tamaño de un texto fuera un índice de su poder de seducción o saturación. Las formas de expresiones breves y alargadas no deberían ser vistas como lenguajes separados. Quizá en la literatura estén relacionados con géneros distintos, sí. Pero es indudable que el lenguaje de la información exige premura y consumidores y es de desear que el lenguaje literario logre hacer respirar de otra manera a sus lectores.

¿La tecnología, la comunicación digital y la expresión a través de las redes sociales, han dañado el lenguaje?
Las redes sociales han modificado las formas de escribir y comunicarse y sin duda afectan el acto de leer. Por más masivas que se vuelvan estas prácticas, hay algo en el lenguaje que hace que sobreviva a cualquier intento de fijación o moda. Es verdad que uno puede expresarse en 140 caracteres pero también lo puede hacer en millones. No hay ninguna razón para asumir una posición definitiva al respecto. Será su carácter contemporáneo lo que resuelva la convivencia entre lo nuevo y lo anterior. No hace falta suicidar formas de escritura y de lectura anteriores.   

¿Cómo se hace para preservar la lengua de estos daños?
Hay un enorme tesoro en el lenguaje y poder encontrarlo es de algún modo una tarea que nos relaciona no solo con el futuro sino también con el pasado. El escritor holandés Cees Nooteboom en su libro Tumbas afirma que el pasado es un tesoro que está al alcance de nuestros ojos, de nuestra escucha. No es cierto que buscar ese pasado sea una tarea imposible si no es a través de la información disponible en Google. Se trata de realizar una travesía, una experiencia, estirar una mano hacia un libro, hacia una idea, hacia una  palabra, hacia otra persona. Esta también es una tarea educativa.

¿Cuáles son los desafíos de cara al futuro?
Es increíble como se multiplican las formas de escribir, como florecen formas literarias inesperadas. Algunos autores lo han llamado de post- literatura. Es una clara señal que aún no hemos tocado un límite y que todavía no asistiremos a la muerte del lenguaje. Un problema crucial quizá sea: si esta época es de hiper-productividad con el lenguaje, si todos somos llamados o conminados a producir, a expresarnos: ¿quién va a escuchar y quien va leer? ¿Habrá alguien del otro lado? ¿Alguien que, simplemente, desee una detención, una pausa?




“Si el otro no estuviera ahí no habría mundo, no habría percepción, no habría nada.”
(Entrevista al viajante por Edmar T. Vega y Roser Martínez, publicada en Acrocorinto, Revista de Arte, Literatura y Pensamiento, Barcelona, junio de 2012: http://acrocorinto.com/carlos-skliar/).  


(Fotografía: Revista Acrocorinto).

¿Quién es Carlos Skliar?
Carlos Skliar es Doctor en fonología con especialidad en problemas de la comunicación humana. Llevó a cabo trabajos de post-doctorado en el Instituto Italo-Latinoamericano de Roma y posteriormente en la Universidad Rio Grande do Sul de Porto Alegre, Brasil. Durante el período de 2007-2010 fue director del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO/Argentina. Ha publicado diecinueve libros entre ensayos, obras propias y textos colectivos, tres poemarios de los que se destacan Hilos después (2007) y Voz apenas (2009). Desde 2005 conduce un programa de radio en Buenos Aires bajo la impronta del “Preferiría no hacerlo” de Bartleby. De sus estancias en Barcelona frecuentes desde 1990, surge su último libro No tienen prisa las palabras (Editorial Candaya 2012).

A Carlos Skliar lo conocimos entre encuentros literarios y lecturas junto a Chantall Maillard. Su carácter afable y cercano rápidamente nos cautivó, pero no fue hasta la presentación de No tienen prisa las palabras (Editorial Candaya 2012), su último libro escrito durante su estancia en Barcelona, que encontramos en él la figura del viajero que andábamos buscando. Ahora lo esperamos en un bar, horas antes de su regreso a su Argentina natal, somos unos afortunados. Una vez que aparece, rompe el hielo contándonos su reciente aventura por la Capadocia y poco a poco desvela el viajante que lleva bajo su piel.

¿Cómo ha sido la experiencia con este último libro?
A pesar de que había publicado poemas, las editoriales de poesía no tienen espacio en librerías, puedes presentar el libro pero no obtiene impacto. Hasta entonces siempre pensé desde el punto de vista de la propia producción escrita: ¿Qué has escrito?, ¿Qué escribís? Pero escribir es sólo una parte, y yo no conocía la otra, de la que se encarga la editorial. A partir de este libro aprendí que una editorial te hace escritor desde el mundo literario.

Un viaje, ¿no?
Sí, es otro viaje donde el libro sigue teniendo una vida que en mis otros casos no conseguía. Yo sentía que el libro no tenía vida propia, que a partir de ahora era cosa del lector, no mía, y me doy cuenta de que aún hay un trayecto que tengo que hacer con él.

Del viaje descrito en el libro, ¿cuál es la sensualidad, esa emoción, ese razonamiento que tú viste o sentiste?
Para mí hay dos detalles que componen esa erótica y esa sensualidad de este libro. Uno es claramente el paseo, es un libro, una escritura construída a partir de la posibilidad de un caminar sin urgencia, de un caminar sin destino y de un caminar sin utilidad. Recuperando el aire fresco, la mirada, el aliento, el oído, que es para mí la primera sensualidad. Todo tuvo que ver con una extraña sensación de no mirar ni hacia atrás ni hacia delante durante el paseo, sino hacia los lados, y creo que eso dilata el mundo, dilata el cuerpo, lo abre de tal manera que sólo existe el presente mismo.

¿Eras como un observador?
Yo no sé cuánto era de observación o de pura perturbación. De alguna manera la piel se había abierto tanto que escuchaba todo, veía todo pero no estaba observando en el sentido clásico de la palabra. Lo que estaba es, quizás, tan abierto en el sentido poroso que creo que empecé a escuchar cosas que antes no escuchaba, a ver cosas que antes no veía,  y entonces ahí apareció la posibilidad de mirar, escuchar y tocar todos los sentidos.

Más que un diario de viajes es un álbum. Quizá si tomamos una de esas imágenes y las enmarcamos son fotografías.
Sí, eran imágenes de viaje que yo mandaba a mis amigos , en vez de decirles “Queridos amigos, hoy he estado en el bar tal y resulta que …” cogí un tipo de lenguaje, un tipo de escritura que envía percepciones a otro. Jorge Larrosa lo llamó “sensamientos”  a mí me gustó la expresión.

Una cosa que encontramos es que hay la necesidad del otro porque sin el otro muchas imágenes desaparecen, no existirían como tales.
En el 2001 yo escribí un libro, aquí en Barcelona, que se llama Si el otro no estuviera ahí. En él una frase Gilles Deleuze decía que si el otro no estuviera ahí no habría mundo, no habría percepción, no habría nada. Es evidente que esta idea de alteridad me ha conmovido desde entonces; de alguna manera no es un concepto sino una forma vital de estar en el mundo.

¿Es más como un interrogante definido o con un cierto camino?
Es como explorar por dentro, no tanto queriendo definir sino tratando de describir. Yo creo que el libro, siendo poético, porque lo es, no deja de ser una forma de pensar estas cuatro cosas: qué hay en eso de percibir, qué hay en el lenguaje, qué hay en eso de leer y escribir.

¿Es buscar lo esencial?
Sí, por eso la escritura es fragmentada, es breve, yo no intenté explorar un género, hay quienes han nombrado a esto microrrelatos. David Roas, el que hizo el prólogo, intenta caracterizarlo de esa manera, yo lo que digo es que no sólo me declaro ignorante sino inocente, no soy usuario del género.

Nos recuerda a narraciones que no son microrrelatos, que tampoco son imágenes fijas, sino algo que no llega a encasillarse en nada.
No busqué un efecto sino que quería contar cosas, que es lo más genuino, lo más primitivo que puede haber en un acto de escritura, que es tener algo para contar. A veces, creo que cuando uno se mete en la polémica del género, no se pregunta lo fundamental, que es si hay algo para contar, y a mí me pasaba eso con la literatura. Yo lo primero que busco es qué es lo que me quieren contar; si lo que me quieren contar me vale la pena. Se pueden llenar páginas pero: ¿tienes algo para contar?

“Doce mil kilómetros para darse cuenta de que uno quisiera estar así, allí.” ¿Dónde es ese allí?
Lo que pasa es que el allí no sé cuál era, y entonces hay un juego probablemente literario. No sé si es la infancia, la patria imaginada, la patria ilusoria, la utopía, no sé si es Argentina, tal vez me refiero a Brasil, no lo sé: no hay un origen geográfico.

¿Puede ser que tu propia patria sea tu lenguaje?
Cuando me vine a vivir aquí al Raval y notaba que no había nativos, decía que era el paraíso porque para mí todas las discusiones sobre cuál es la lengua o cuál es la identidad, quiénes somos, me aburren profundamente, ya que son discusiones de identidad política pero no de identidad literaria. Este lenguaje del cual dispongo, que está cargado de toda una historia que no es personal, es universal, sí que es mi patria, pero ésta cambia todo el tiempo como cambia mi identidad.

En tu libro, ¿hay algo de memoria o hay algo de querer que ese momento sea guardado?
Bueno, ahí sufro los efectos de la idea del instante. Un sitio donde detenerse, y guardar en la memoria. Creo que también está la idea de detención: si no hubiera un poco de detención, el tiempo no se ensancharía; además la piel tiene que estar abierta para percibirlo, si estoy enceguecido, si estoy enfurecido, si estoy ensordecido, no veo nada.

¿Y ese abrir la piel es también una mirilla, es decir una mirilla del viajante por donde miras en todo el libro de una forma especial?
Sí, pero para mí es diferente estar espiando el mundo protegido de él, desde el otro lado de la puerta, detrás de la ventana, que sentirse en medio de todo eso, donde la puerta se sabe de qué lado está y la ventana te parece que está de un lado y luego de otro.

En este libro hay un niño, un volver a sentir, abrir los poros para poder experimentar eso que quizá de mayores olvidamos.
A mí me duele inmensamente la distancia con mi propia infancia, ya tengo cincuenta y dos años y no puedo hacerme la ilusión de que está a la vuelta de la esquina. Cada vez es más difícil recuperar eso que se llama la atmósfera, eso que Virginia Woolf decía, podemos hacer de todo pero recuperar la atmósfera, jamás, entonces todo lo que se le parezca me conmueve.

¿Podemos decir que tu viaje ha sido y el libro es?
Sí, lo que hay en común aquí es que el viaje y el libro podrán continuar si la escritura no se me escapa de las manos, no para seguir escribiendo libros iguales sino para sostener esa capacidad de escribir mirando, de escribir escuchando. Si esto no ocurre, tanto el libro como el viaje habrán sido momentos que ocupan una época de la vida pero que no seguirán conmigo.

¿Crees que habrá una Barcelona, en Argentina o en Brasil? ¿Esos “poros” que se te abrieron aquí, que pudiese pasar lo mismo en otra parte?
Lo que hoy me llevo de Barcelona es la sensación de quitarle peso al mundo, de que nada es tan importante desde ese yo que habla. Me gustaría conservar este lenguaje que narra el encuentro pero que no opina, no se pone por encima, no es un lenguaje que toma posición. Transitar por un lenguaje sin juicio que es sumamente difícil.

¿Contento?
Muy contento, este libro que por casualidad me aceptaron, que yo envié en señal de amistad y no como objeto literario, ha hecho que mi viaje no haya sido solo académico y de intercambio con colegas. El libro produjo la diferencia, ha sido muy hermoso.


"No tienen prisa las palabras", un deleite de aforismos y reflexiones. 
(Entrevista con Juan Brodersen, publicada en el blog Novedades en Babel, de Yahoo Argentina Noticias: http://ar.noticias.yahoo.com/blogs/novedades-babel/no-tienen-prisa-las-palabras-un-deleite-aforismos-191218224.html). 

(Fotografía tomada de:  portal yahoo noticias). 

Carlos Skliar es educador. O filósofo. O poeta. Y se encarga de borrar los límites entre una cosa y la otra. En su último libro, el autor despliega reflexiones, apreciaciones y pensamientos sobre algo que a muchos les debe haber pasado: la percepción de lo extraño que ocurre en otras ciudades distintas a las de uno.
¿Cómo escribió esta obra? Paseando por Barcelona. “Tomo notas, como otros toman aire o toman té o toman lo que no les corresponde. Cada uno se agarra al mundo, y se desgarra, con los gestos que puede pero de hacerlo no tanto al estilo del periodista o del cientista social, sino más bien como un modo de inscripción en el cuerpo”, explica. Y decía el filósofo francés Gilles Deleuze que la filosofía se trataba de crear conceptos. Será por esto, quizás, que Skliar hable de “sensamientos”, porque no le alcance ni el sentimiento ni el pensamiento escindidos para pensar su modo de escritura.
“No tienen prisa las palabras” reflexiona sobre lo más cotidiano, pero de un modo “extrañado”: “El anciano que pide más memoria en una tienda de equipos de fotografía; la niña que juega al escondite con una mujer extraviada; los niños que ríen sin saber de qué; la muchacha que corre por la calle y da tema de conversación a todos los jubilados del barrio”, cuenta Skliar.
Lo más interesante puede ser, además de deleitarse con sus aforismos, que es un libro “sobre cualquiera”: “Creo que es la ‘cualquieridad’ lo que posibilita un pensamiento de lo singular: somos cualquiera y es la relación entre cualesquiera la que dio vida a esta escritura y a este libro”.

¿Qué dirías que es "No tienen prisa las palabras?
“No tienen prisa las palabras” es una poética sobre la travesía, el viaje, el paseo y también sobre el atravesamiento de experiencias,  la percepción de lo extranjero –como lo extraño- y lo próximo –como lo casi reconocible-, escrito durante  un tiempo peculiar en que habité la ciudad de Barcelona. Antes de ser libro no eran más que un conjunto de notas desordenadas de un paseante cualquiera: la escritura como una reacción de la mirada, la escucha, el encuentro en el camino; sensaciones y pensamientos –o sensamientos- contra la quietud, la detención, el hábito, la pereza que proviene de lo ya sabido. Una vez vuelto libro conserva una escritura que no habla de un “yo” que viaja –como si se trata de una crónica del siglo XVI o XVII- si no de una atención hacia lo otro y los otros, por ejemplo: el hombre que al verme escribir quisiera ser recordado en mi libro, la mujer que limpia la vereda como si reanimara un animal herido, los turistas que toman fotografías despiadadas, la mujer que me lo pide todo y se despide en un segundo, los sonidos que siempre llegan tarde, la tensa ternura de la relación entre vagabundos y perros, etcétera. En fin: lo trivial y lo  existencial allí donde nada ni nadie pueden resultar ajenos. Y creo no equivocarme si digo que hay en el libro una escritura nómade: el movimiento del cuerpo que es, también, el movimiento de la lengua, su conmoción, su temblor; un libro que se escribió de pie, caminando. Una escritura que, al caminar, se encuentra con el mundo y es descubierta por él.     

En el texto hay varias referencias al lenguaje como artificio. ¿Desde qué postura definirías al lenguaje, respecto del trabajo de "No tienen prisa las palabras? (cuando digo "postura" me estoy refiriendo un poco a "escuela filosófica, lingüística, etc. -tradición continental, analítica, más semiótica.)
La referencia al lenguaje como artificio es ambigua en el libro como lo es en mí: por un lado, su aspereza, su límite, lo que no se alcanza a nombrar ni a describir; el hecho que el lenguaje no nos obedece;  por otro lado, su potencia, lo que sí  permite, a lo que sí da paso, todo aquello que nos deja hacer. Tal vez haya no una sino varias posiciones simultáneas con respecto al lenguaje en este libro: una, para mí muy notoria, proviene de la escritura perceptiva de Peter Handke; esa reacción a través del lenguaje apartándose por completo del carácter comunicativo e informacional; esa suerte de lenguaje impresionista, ligado al escuchar y al ver e intentando encontrar una voz en medio de lo visto y oído. Desde una perspectiva filosófica se vuelven muy presentes en mí la escritura de Nietzsche, su obra más fragmentaria, ese gesto que transformó su escritura casi en una forma de habla: frágil, contradictoria, a sorbos, opuesta a la pretensión de lo universal. También forma parte de esta escritura la escisión fundante en la filosofía del lenguaje que nos llega desde Wittgeinstein, esto es, la diferencia sensible entre lo que el lenguaje “es” y lo que “hay” en el lenguaje: un modo de reaccionar contra las esencias y las disputas conceptuales cuya única pretensión es la de definir, enclaustrar, para abrirse a una forma de descripción en círculos cada vez más grandes y más mínimos. Sin embargo, he tenido que descorrer a un lado todas esas influencias presentes, disimularlas, jugar como a las escondidas con ellas, para poder darle apariencia y vitalidad a mis palabras. Las grandes e inocultables herencias son más grandes y más inocultables cuando no se les nota demasiado, cuando no  son reverenciales, cuando no pesan como un fardo sobre los hombros, cuando le permiten a uno decir algo en nombre propio.       

¿Qué lugar crees que ocupa un libro de estas características, en una Argentina siempre atravesada por la coyuntura política y convulsionada por los tiempos voraces que marca la actualidad?
Probablemente ninguno. O, para mejor decir, será cuestión de estar atento a los efectos que surjan de los lectores. Pero no puedo sustraerme del hecho que se trata de un libro situado en otra ciudad, en otro país, escrito a través de un “yo” no-coyuntural, sino más bien expuesto al acontecimiento. Aún así el libro muestra una relación débil con la situación de convulsión que se vivía y vive en España. Mi experiencia de escritura como una forma de mirar el mundo y exponerse a él supone no sólo un abrir de ojos hacia delante sino sobre todo hacia los lados, hacia abajo, hacia atrás. Y en esa abertura de la mirada cabe todo, incluso lo que no queremos ver, lo que sería mejor no mirar, lo que de algún modo parece que sólo pasa y se transforma en algo que te pasa. Recuerdo el primer instante en que asistí a una convocatoria de indignados y pensé y sentí la idea de rebelión no tanto como contestación u oposición, sino como un modo de comunión, de estar entre otros. Así lo escribí en ese momento: “Rebelión, rebelarse, rebeldía. Rebelión: fin de la paciencia, un temblor de dentro hacia fuera, hacia la calle, hacia la plaza. Rebelarse: ser intolerante con un mundo que no tiene paz ni te deja en paz. Rebeldía: sacudirse el polvo de lo que ya pensabas. Pero no es contra qué. Es junto a quién”. Sí, la actualidad es voraz. Y exige un tipo de relación con la lengua y con los otros en parte diferente a la que planteo en este libro. Quizá mi escritura lo único que desea es una detención, la pausa, el paréntesis y, en ese sentido, también pueda ser pensada como escritura política: una escritura que frente a la urgencia a veces espasmódica reclama para sí una duración distinta. 

Retomando la pregunta anterior, el "diálogo" es algo que está en el centro de la escena política actual. Por carencia para la oposición, por presencia para el oficialismo. Tu trabajo puede ser leído como un derrotero sobre "la palabra". ¿Qué lugar creés que ocupa la palabra en la escena actual?
Creo que existe una diferencia abismal entre la idea de diálogo y la de la conversación. La llamada al diálogo siempre se realiza bajo las condiciones de quien lo convoca; y el pedido de diálogo es una solicitud falsa y pordiosera. En general las instituciones han preferido seguir más el laboratorio falaz del diálogo que el derrotero humano de la conversación. Creo que conversar es un gesto diferente, un encuentro sin principio ni fin que se desvía, avanza y retrocede, se pierde y quizá se reencuentra. Pienso más en las políticas de la amistad, de la fraternidad, de una conversación que no se sostenga en el “porque yo lo digo” sino en el encuentro entre dos o más fragilidades. Mi trabajo con la palabra está en el corazón de la conversación, sí, porque intentar enseñar, intentar filosofar, intentar escribir, son modos complejos y transparentes de querer conversar, de batallar contra la indiferencia, de no someterse dócilmente a esa idea de comunicación que hoy parece ser más bien un arma de guerra o una potestad de las empresas de celulares o una falsa sonrisa para la venta de electrodomésticos.    

El libro tiene una estructura más bien aforística, si me permitís, una escritura muy nietzscheana. ¿Qué te permite decir el aformismo como estructura textual? ¿Qué deja por fuera?
Hay en este libro, como lo señala David Roas en el prólogo, pensamientos despeinados, apuntes de diario, epifanías, estampas líricas, mínimos poemas en prosa, micro-relatos y aforismos; es decir: formas definidas pero desiguales, en cierto modo no-estructurales, como si cada percepción buscara su forma, como si cada instante necesitase un modo peculiar de escritura. Creo, además, que en la escritura fragmentaria de Nietzsche hay mucho más que una escritura de aforismos como estilo: se trata, a mi modo de ver, de una escritura que no se sirve del lenguaje como totalidad sino de la fragmentación, la pluralidad, el desorden. Es cierto que Nietzsche se aproxima al aforismo, pero también es verdad que su escritura está cerca del habla y, por lo tanto, de lo incompleto, de lo que estalla en medio de una idea, de una frase, como si se situara en el límite entre lo imposible y lo posible. Así lo escribe Blanchot: “(…) un habla distinta, separada del discurso, que no niega y en ese sentido no afirma y que, sin embargo, deja jugar entre los fragmentos, en la interrupción y la detención, lo ilimitado de la diferencia”. En mi caso se ha tratado también de una escritura que encuentra su frontera en la respiración y no en los temas que están en cuestión: cada fragmento es una unidad que irremediablemente comienza y termina, que dura lo que dura un suspiro o un quejido o una interjección o un ahogo, pero en definitivo siempre se trata del instante. Es eso mismo: una escritura del instante, aunque no del estrecho y egoísta aquí y ahora, sino de esa duración honda del instante, de la duración del durante, tal como decía Wislawa Szymborska: “Hasta donde alcanza la vista, aquí reina el instante. Uno de esos terrenales instantes a los que se pide que duren”. 


¿Cómo trabajaste para escribir este libro? ¿Podrías contarme alguna anécdota que recuerdes particularmente? (recuerdo algunas cosas que contaste cuando charlamos ese ratito en la radio)
Fue un proceso de constante tensión entre el cuerpo y la escritura. Solía pasear largo rato cada día por Barcelona y poco a poco fui notando que nada había de mejor que callarse, silenciar esas obsesiones que componen el “yo mismo”, esconderlas por inoperantes y torpes, no responderles, y dejarse arropar por los sentidos y las voces que están alrededor. Se trataba, ante todo, de un estado de atención, una suerte de vigilia perceptiva y ética.  Creo haber dicho que se trataba de “tomar notas” (Escribí entonces: “Tomo notas, como otros toman aire o toman té o toman lo que no les corresponde. Cada uno se agarra al mundo, y se desgarra, con los gestos que puede”) pero de hacerlo no tanto al estilo del periodista o del cientista social, sino más bien como un modo de inscripción en el cuerpo, como si uno estuviera vaciado y comenzara a sentir correr la sangre a través de lo que ocurre en torno; como si el mundo estuviera seco y la exterioridad –más que la interioridad- diese el tono, la palabra y la respiración; por ejemplo: el hombre y la mujer que desean el mismo libro y a la semana siguiente los ves abrazados por la calle; el anciano que pide más memoria en una tienda de equipos de fotografía; la niña que juega al escondite con una mujer extraviada; los niños que juegan y ríen sin saber a qué; la muchacha que corre por la calle y da tema de conversación a todos los jubilados del barrio. En fin: cualquier cosa originaba la escritura, porque en verdad creo que es la cualquieridad lo que posibilita un pensamiento de lo singular: somos cualquiera y es la relación entre cualesquiera la que dio vida a esta escritura y a este libro. Pero en medio de todas esas percepciones también ocurría que se hacían presentes en lo escrito las lecturas de ese tiempo, una relación muy ostensible entre leer y escribir: la soledad en Marguerite Duras, el paso del tiempo en Philipe Claudel, la belleza trágica de Marina Tsvietáieva, las memorias de la infancia en Chantal Maillard y, sobre todo, el último libro de Peter Handke (“Ayer, de camino”) que, no por acaso, es un libro inmenso sobre travesías y pensamientos.    

Hay algunos pasajes memorables: "Cada olvido es un modo desordenado de decir adiós". Si bien prima la poesía, detrás de ellos hay un contenido filosófico-reflexivo muy interesante. ¿Cómo combinás ambos conocimientos (me refiero a la filosofía y la escritura poética, más ligada a lo artístico).
No puedo dejar de hacerlo: se trata de mi voz. Lo cierto es que hasta este libro ambas escrituras estaban separadas artificialmente. Notaba ese peso insustancial del artificio de la lengua en las formas académicas y el artificio del exceso en la escritura de poesía. En el primer caso, la respiración era forzada, extendida más allá de su significado y, en cierto modo, moralizadora o moralizante. En el segundo caso, notaba la trampa irremediable de la palabra que se muerde la lengua todo el tiempo: como si mi poesía no fuera más que un ejercicio que, en vez de buscar la verticalidad de la existencia, sólo encontrase lo abismal de lo irrelevante. Creo que en este libro la experiencia ha encontrado su forma, como si la voz le devolviese una suerte de sentido íntimo a lo visto y lo escuchado. La forma es la voz y, por eso, es provisoria, débil, sustancial solo mientras dura la frase o el fragmento, conclusiva apenas hasta el punto final. Y es difícil que en esa circunstancia logre repetirse a sí misma. Y está bien que así sea: deseo profundamente que sean las cosas, las personas, los paisajes, los que dicten mi escritura. No puedo dejar de mencionar aquí la agudeza del lenguaje en Gonçalo Tavares, el escritor portugués: sobre todo en los libros Biblioteca, Short Movies e Historias falsas, donde Tavares logra reunir en fragmentos impecables la filosofía y la poesía. Para mí su lectura ha sido no tanto una fuente de inspiración como el darme cuenta de las posibilidades que surgen cuando somos capaces de soltar la lengua, de desamarrarla, de conmoverla, de quitarle principios que consideramos inviolables e inalterables. Por cierto que no se trata de una voluntad de decisión, sino de un encuentro distinto con la lengua, o bien un reencuentro a partir del cual ni uno ni la lengua permanecen del mismo modo.   

¿Cómo te definirías a vos mismo? ¿Poeta, filósofo, escritor, ensayista?
No reparo mucho en la pregunta: “¿quién soy?”. No es una pregunta que me acompañe o me conmueva o me preocupe particularmente. Estoy tan fragmentado como cualquiera y en cierto sentido la coyuntura actual nos obliga a construir respuestas diferentes para escenarios distintos. Buena parte de mi vida transcurre en contextos educativos: me siento pedagogo a la vieja usanza, es decir: deseo transmitir algo a alguien para que no todo se muera. Pero si se midiera lo que uno es por lo que uno hace la mayor parte del tiempo, diría que escribo, escribo con o sin resultados, escribo para perforar la normalidad y para no hacer de la vida, mi vida, un fatal encogimiento de hombros. En “No tienen prisa las palabras” busco con insistencia esa noción del porqué escribo, a sabiendas que la respuesta es inagotable y de algún modo superflua. Así lo escribí: “Escribo porque no comprendo. Para repetir una y otra vez esa encrucijada de palabras con la que no logro descifrar el tiempo. Escribo para recordar sonidos que de otro modo se perderían en el lodo vertical de la memoria. Para invocar y provocar gestos de amor de los que no soy capaz si no escribiera. Escribo porque al despertarme quisiera agradecer los ojos abiertos. Para mirar de pie lo que está demasiado lejos. Para escuchar qué es lo que ha quedado en la punta de la lengua. Escribo para renunciar al abandono y para tocar con las manos sigilosas la espalda tibia de alguien que aún no ha muerto. Escribo. Y aún no soy capaz de decir nada”.

De las "categorías" de la pregunta anterior, según la que más se acerque  a tu trabajo, ¿cómo la definirías (a esa categoría, por ejemplo, "un filósofo es."?
No soy filósofo pero conservo para mí y para los demás la posibilidad del filosofar, del ensayar y poder experimentar con el pensamiento y el lenguaje, de dar vueltas y más vueltas con las palabras como si me retorciese en la cama o amaneciese bien tarde. Es bien cierto que tengo lecturas filosóficas preferidas: el ya mencionado Nietzsche, Derrida, Sloterdijk, Blanchot, entre otros. Sin embargo, en el ejercicio del filosofar aparece también la literatura como una suerte de equivalencia no idéntica aunque semejante al de la filosofía en cuanto a ese riesgo por asumir el abismo de la palabra y tratar de narrar los paisajes de las caídas, del vacío, de la imposibilidad. En todo caso debo reconocer que mis lecturas o mis escrituras no me dan ningún estatuto en particular: ni la de ser filósofo, ni la de ser poeta, ni la de ser escritor. Ensayo, eso sí, todo el tiempo, si entendemos por ensayar una forma inacabada de relacionarse con el mundo, con uno mismo y con la escritura. Ensayo formas y  temas: el viajar, la hospitalidad, la enseñanza, el hablar con desconocidos (que es el tema de mi próximo libro), la alteridad, lo singular, la pronunciación, el lenguaje.   

Hace tiempo querías publicar por Candaya. ¿Podrías contarme un poco de qué se trata esta editorial? ¿Te representaba un desafío personal? ¿Cómo lo encaraste?
Tomo prestada la presentación que hace la propia editora: “La editorial Candaya toma su nombre de ese reino fantástico al que se dirigen, montados en Clavileño, Don Quijote y Sancho para acabar con los hechizos diabólicos del gigante Malambruno. Con la misma vocación y voluntad quijotesca nace la editorial Candaya, que pretende, desde su modestia, luchar contra esos otros maleficios, aún más perversos y malintencionados, que condenan al ostracismo a muchos escritores latinoamericanos”. Conocía a Olga Martinez y Paco Robles los editores, a través de un amigo común con quien hemos escrito algunos libros juntos: el filósofo Jorge Larrosa. Desde hacía tiempo sentía una profunda admiración por el modo que tienen de escoger a quién y qué publicar. Su fondo editorial es una biblioteca que bien podría ser una recomendación sustancial para la lectura (Fernandez Mallo, Teresa Tafarel, Carlos Vitale, Sergio Chejfec, Juan Becerra, José Barroeta, Marina Gasparini, Sergio Galarza, Juan Villoro, entre muchos otros). Los editores tienen arraigada una profunda convicción de la relación entre amistad y literatura y quienes hemos tenido la fortuna de publicar con ellos habitamos una cofradía honda que se extiende hacia el encuentro, la conversación entre autores: la literatura entendida como un modo singular de estar-juntos en el mundo. Mi experiencia con la editorial fue aleccionadora, pues no se trató  de una relación incondicional y quedó en el camino un deseo mío de editar con ellos un libro de poemas. Comprendí así la diferencia entre una escritura que se percibe como pronta y una escritura que puede considerarse viva; es decir: la diferencia que aparece cuando es uno quien abandona de la escritura y ese momento en que parece que la escritura ya no te suelta. Debo expresar aquí mi gratitud por el trabajo de edición que realizaron con mis notas y esa compañía permanente en las travesías de presentación del libro. Uno de los frutos de ese trabajo es que el texto fue incluido en una lista confeccionada por los Libreros de España dentro de los diez libros más recomendados para julio-agosto de 2012.     

David Roas escribió el prólogo. ¿Qué relación tenés con este escritor español?
Mantengo con David Roas una relación de amistad, que surge del vínculo que ambos tenemos con un grupo literario llamado Preferiría no hacerlo de Barcelona. A ese grupo lo conocí por la coincidencia de nombres entre la revista que ellos editan y el programa de radio que hacíamos con Diego Skliar en Fm La Tribu de Buenos Aires. Durante mi estancia en Barcelona organizamos una secuencia conjunta de lecturas y presentaciones y allí surgió la amistad. David es un excelente escritor y el hecho que escribiese el prólogo fue para mí un gesto bellísimo de hospitalidad. La lectura que hace Roas, por otra parte, me permitió comprender mejor algunos de los procesos de mi propia escritura. Me permito aquí reproducir parte de su prólogo: “En estos textos, la reflexión sobre el lenguaje y la escritura es constante. El viajero sabe que el lenguaje es artificio, banal intento de poner orden donde no lo hay. Pero es nuestra única arma para pensar y expresar esa realidad que nos sobrepasa. Por eso el lenguaje no obedece: la palabra se escapa porque la realidad siempre se escapa. Lo que también es una suerte”.     

"Las diez preguntas. Skliar: hacia una idea sonora". 
(Publicado en Diario Perfil, 4 de julio de 2010).


–¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
Mi memoria está, como todas, desordenada y algo injusta.  Pero quisiera creer que el primer libro que pude sostener con mis propias manos fue “Corazón” de Edmundo de Amicis. Y no recuerdo haber vuelto a llorar, jamás, de esa manera
–¿Cuál es su autor favorito vivo?
J.M. Coetzee. Atravesé Sudáfrica con él. Fui un hombre de labio leporino que esparció las cenizas de su madre. Fui una mujer violentada en medio de la nada más conmovedora. Fui un juez esperando a presuntos bárbaros en el desierto. Fui una filósofa jubilada deseando más tiempo para más compasión. En fin, Coetzee está vivo y cada vez que abro uno de sus libros me siento impulsado a vivir aún más por él.

–¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
Llevaría “Seda” de Alessandro Baricco, por la sencilla razón que estando condenado a un paisaje simpre único, su lectura me permitiría ir y volver de Francia a Japón todas las veces que quisiera y cada vez de una manera diferente.
  –¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
Ahora me acompañan dos libros: “La historia del amor” de Nicole Krauss, porque me parece fascinante cierta literatura de otredad (una mujer joven que escribe acerca de la vitalidad desbordante de la infancia como si fuera un anciano a punto de morir); “El lector” de Pascal Quignard, que dedica un largo espacio a esa bellísima imagen de la lectura en el gesto mismo de abrir un libro.   

–¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
No pude sobreponerme nunca al inmenso primer párrafo de “Microcosmos” de Claudio Magris. Quizá porque soy un lector que busca desesperadamente un principio de una historia e incapaz, al mismo tiempo, de saltearme el primer párrafo. 
–¿Qué libro quisiera releer pronto?
Me guataría volver a leer “Hilos” de Chantal Maillard. Un poemario que me devolvió el aliento para escribir y la vergüenza justa como para intentar evitarlo. Pero quisiera hacerlo, ahora, sin otra intención que descansar y durar en su lectura.

–¿Cuándo escribe?
Sólo en el momento en que siento que por lo menos dos palabras, que hasta entonces no se habían reunido en la punta de mi lengua o alrededor de mis oídos, me provocan una especie de idea “sonora” deseosa de ser rumiada y sentida por otras palabras. Eso, por fortuna, ocurre a cada instante, prescindiendo del lugar, la hora y, sobre todo, de la compañía.   

–¿Quién debería ser el próximo Nobel?
Sé que muchos y muchas se lo merecen. Pero del mismo modo que el último premio Nobel de la Paz ha sido otorgado por anticipado y sin garantías, creo que el próximo de literatura debería ser dado a un ignoto y jovencísimo escritor que estuviera obligado, entonces, a tomarse en serio su actual intención errática de producir algo que valga la pena.   

–¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
Debo disponer de, al menos, tres o cuatro libros de poesías alrededor de la mesa, para recordar que no es necesario insistir tanto en encontrar una voz propia sino en recordar todo el tiempo las ajenas.  

–¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
Elijo dos: el “Todo en el mundo comenzó con un sí”, de Clarice Lispector en La hora de la Estrella; y por razones exactamente opuestas, aquel “Nací en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido, sin saber porqué”, de Fernando Pessoa en el Libro del desasosiego.

"Escribo para que el agua envenenada se pueda beber (Chantal Maillard)".
(Entrevista realizada por Lorena Pierro para el Diario Los Andes / Cultura, 3 de setiembre de 2011: http://www.losandes.com.ar/notas/2011/9/3/carlos-skliar-escribo-para-agua-envenenada-pueda-beber-590995.asp). 

Está al frente de uno de los programas radiales más originales del país (en FM La Tribu). Un escritor y catedrático con mucho para decir. "Hoy la poesía es un estorbo", remata.

(Fotografía: Diario Los Andes). 


(Lorena Pierro - Especial para Cultura Los Andes).

Cuesta encasillarlo, "pero por suerte", diría Skliar. Filosofía, educación, literatura, periodismo radial, todo cabe en el nutrido mundo de quien se presentó en nuestra provincia como poeta, aunque bien podría nombrarse como un trovador de distintas disciplinas de nuestros tiempos. 

Estuvo en Mendoza en el marco de un congreso de educación especial, aunque Skliar además se desempeña como investigador de Conicet y miembro de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Cultura tuvo la chance de descubrir una mirada y pensamiento de lo más original en su visión sobre la actualidad, los medios masivos y la literatura.

Del Renacimiento

"Mis amigos dicen que soy algo raro, como un hombre del Renacimiento", bromea, o no tanto, Skliar (50). El multifacético intelectual pasó por la Biblioteca Pública General San Martín con su libro de poesía "Voz apenas", luego de algunos años de silencio personal en ese género.

De carácter nómada y perseguidor de un pensamiento que también "viaja" por diferentes formas de expresión, es como se define Carlos Skliar. "Siento que no me puedo quedar donde estoy, necesito cambiar de exterioridad constantemente", se justifica, pero sin culpa.

Sólo comenta sobre una de sus residencias, diez años en Brasil, por su acento que lo delata y guarda resabios de portugués. Hoy lo contiene la radio, más precisamente FM La Tribu de la Ciudad de Buenos Aires donde le pone voz a "Preferiría no hacerlo", un programa en el que vuelca sus más variados intereses. 

"Frases deshilachadas, entrevistas sin entrevistador, una conversación apenas audible, poemas pésimos, pútridos, pérfidos pero personalmente propios", es la invitación que figura en la web del espacio radial que va los días martes de 21 a 22, por el 88.7 del dial y puede sintonizarse online a través de www.fmlatribu.com. 


"Vivir ya de por sí nos pesa".

La radio pudo detener su derrotero por el mundo. Hoy Skliar vive de vuelta en su ciudad de origen y dice haber encontrado un lugar. En FM La Tribu como conductor dice preferir tomarse no tan en serio lo que denuncia como "gravedad mediática" y por el contrario los contenidos se encaran "desde lo cómico, hasta lo ético y con la pereza necesaria" y argumenta un poco más. 

"Vivir ya de por sí nos pesa; ni convivir es fácil en estos días, y si a eso le agregamos las formas de narrar catastróficas de los medios de comunicación actuales, estamos en problemas", plantea. 

En su opinión al encender la radio o la televisión lo que imperan son los accidentes y los informes de los problemas del tránsito en la ciudad. "La existencia ya es de por sí una exigencia terrible por eso pienso que hay diferentes maneras de contar para habitar el mundo, frente a esta tiranía de la narrativa informativa", opina. 

Mientras tanto planteó que la literatura está hoy condenada a la industria editorial, porque el libro está más emparentado con productos del tipo publicaciones periodísticas o de ensayo más que literarias. "El lector cambió. En el caso de los jóvenes con la multimedialidad, el problema no es que las personas hayan dejado de leer sino de conversar", indicó


La poesía como estorbo

"Escribo para que el agua envenenada pueda beberse", dice Skliar citando una frase de Chantal Maillard que prologa su libro de reciente publicación. "Intento transmitir algo y ofrecer signos que cada uno pueda decodificar como quiera, esto de poner mensajes en botellas porque tengo una gran necesidad de conmover, de afectar", justifica como su objetivo respecto de la literatura. 

"Hubo un desdichamiento del mundo adulto porque entramos en pactos mediocres: la dicha en 24 cuotas fijas", sintetizó, "la experiencia individual y no colectiva se impuso en el marco del horror y la mentira", agregó. 

Éste es su tercer libro de poesías. Anteriormente fueron "Primera conjunción" (1981) e "Hilos después" en 2009. De manos de Ediciones del Dock ve la luz su tercer libro de poemas, una de las últimas editoriales del género en Argentina según el autor.

"La poesía es hoy un estorbo; hay mucho blanco, demasiada ausencia pensando como lector. No remite a ningún modelo sino a un universo que empieza y termina y obliga al que lee a abandonar su yo", dijo por último.

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