viernes, 19 de julio de 2013

"Amar a Anna".

(Anna Larina)


Anna se hizo callada a la fuerza. 

El silencio no estaba en su naturaleza, ni en su infancia, ni en su boca. 


El mundo, cierto mundo, cierto momento del mundo, ciertas personas en cierto momento del mundo, la callaron. Se volvió sinónimo indeseable del silencio. 


De un silencio entrecortado, agrio, pero a la vez apasionado. 


Anna era el silencio de una vida repleta de sonidos. Los que viven callados mucho tiempo parecen seres anónimos; desprovistos de voz hacia fuera, aunque no hacia dentro. La cuestión es que solo pueden hablarse, sentirse, tocarse, escribirse a sí mismos. Y no hay modo de detener el rumor del alma, la incesante e impaciente necesidad de decirse, una explosión que no acaba de estallarse. 


Durante los años de oprobio, que fueron tantos, tan sin números, Anna inscribió en su voz setenta y siete poemas. Los hacía con sonidos ventriculares, abiertos, ahuecados. Y los recordaba, en el mismo momento en que los hacía, con los párpados cerrados, obturados a otros abismos, serenos. 


Hacía poemas pero no podía escribirlos. No solo por carecer de tinta y papel, sino por la cotidiana insistencia de los peligros que la acechaban. Escribir sobre papel se volvía una indeseable confesión, una voz revelada, una culpa mortal. Como si escribir fuera mostrar un ardor en llama; como si escribir fuera un gesto desnudo, traslúcido, demasiado fácil de ser traducido, arriesgado hasta la descarga de una metralla. Por eso los hacía con la boca musitando, musicalizando, rumiando, cuidando que el resto del cuerpo quedara inmóvil. 


Cuando inscribía poemas nadie se daba cuenta, ni el más innoble y perspicaz carcelero. 

Su método era simple: por la mañana, luego de compartir con una rata el trozo de pan casi verde, ejercitaba primero la respiración –sin respiración no hay poema, se decía-; eran sorbos fríos hacia delante y muy tibios hacia dentro; expiraciones de invierno y absorciones de primavera;  enseguida que sentía que debajo del diafragma había cierta calidez –una calidez renovada, algo azul con un poco de blanco- Anna hacía hileras de palabras, rimas como juegos de infancia, repeticiones de sonidos que llegaran hasta el límite de los labios.

Más allá no era posible. Ningún sonido podía hacerse presencia. Solo en el instante en que el camino entre su respiración y la lengua estuviese solo, aislado, el movimiento invisible comenzaba a tomar la forma del poema. 


Una poesía repleta de signos de admiración –en verdad, no eran otra cosa que pequeños saltos, elevaciones de los hombros, cejas arqueadas-. Y el poema no era ni violencia agazapada ni grito encerrado ni carne envenenada. Como si inscribir poesía le diese a Anna un mundo en el cual habitar siendo la única habitante y de ese modo pudiera hablarle al mundo próximo y distante. El poema como la lengua paciente, deseante, frágil, indeleble, para sostener sin soportar esa vida real que no era vida, derrumbando las paredes de su jaula húmeda; para poder hablar sin hablar con otros que no fueran sus guardianes y verdugos; para, simplemente, asegurarse una existencia. 


El poema como lo contrario del suicidio de su voz y, entonces, de su carne. El poema como la única soledad que permanece quieta durante la insoportable vejación del aire: “Todo es vanidad de vanidades / todo en el mundo es insignificante / el saludo de la felicidad / un mar de terribles desgracias / lo verdadero y lo falso”.  Nada puede erguirse cuando todo está arruinado. Todo lo que queda es pronunciar en silencio, para uno, lo que jamás podrá escribirse.  


En el reino de la desgracia, en la tiranía del dolor, el poema se agazapa, acecha. 


Y espera su rugido. 

2 comentarios:

  1. Gracias, Carlos, por este texto y por invitarnos siempre a (re)pensarnos a nosotr@s y a (re)pensar a l@s otr@s, como una manera de (trans)formarnos y de (re)pensar qué lugar le damos al otro y qué lugar le damos a nuestras palabras (y silencios) y a las palabras (y silencios) de los demás... Pensé en Paulo Freire y su "darle voz a l@s que no tienen voz"... No dejemos de gritar en silencio ni de escuchar esos gritos!!!
    Saludos!!!

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  2. Gracias Pablo, por tu cercanía y por abrir bien los oídos para el grito pueda pasar.

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