(Marina Tsvietáieva) |
(Anna Larina) |
(Abuela Elena) |
Una noche soñé con una fotografía nítida, imposible. El retrato sepia, ajado pero exacto de Elena, Marina y Anna juntas. ¿Cómo podría ser? Un sueño, me dije. Yo mismo soñándome y sosteniendo la imagen y mirando la fotografía con una ternura de la que no soy capaz. Eran mis manos, era mi cuerpo, lo se. Y también eran ellas, las tres, cada una: Elena, sonriente. Marina, desafiante. Anna, infinitamente triste. Alrededor de la foto, nada. Eso es lo que produce el sepia: un árbol se parece el cielo, el cielo se mezcla y funde con las cabelleras, la sequedad y la humedad se confunden entre sí y la tierra y el horizonte no se encuentran jamás. Pero el sepia muestra algo que ninguna otra tonalidad consigue: nos conduce directamente hacia los rostros, hacia la patria de los gestos y parece que hay allí algo que quisieran decir, decirse o decirnos.
El
sueño duró un poco más porque yo no quería despertarme de ningún modo. Quería
seguir aferrando una fotografía tan inexistente como presente. Como aquella
otra noche: había soñado que sostenía un libro, que marcaba una frase, la frase
que –estoy seguro de ello- contenía el título de un libro que quería escribir
hace mucho tiempo: un libro sobre un hombre que decide darse una pausa y ya no
puede salir de ella por más que lo intente. La frase era tan certera, tan
verdadera como un acantilado. Nadie pudo nunca haber escrito esa frase. Era
perfecta y recuerdo que me dolían los ojos al leerla y me temblaban los pies al
intentar remarcarla. Mientras soñaba la frase y en el sueño quería subrayarla,
no lograba hacer funcionar el lápiz negro. Y la frase se corría o se descorría
o llovía encima del libro y la página se vaciaba, se emblanquecía poco a poco,
robándome cada una de las palabras y las letras. Todavía ahora siento la
conmoción por haber descubierto una frase ideal que ya no recuerdo en lo más
mínimo.
Pero
al igual que con la frase, al abrir los
ojos la fotografía también se evaporó, se hizo un remolino y se fue. Y es que un
sueño acaba cuando se abren los ojos; sin embargo los ojos están abiertos cuando
uno se está soñando a sí mismo. Me desperté y lo único que podía recordar eran
tres fotografías por separado, ya no sepias, ya no juntas. En el sueño las
reuní en una sola, el sueño hizo más posible algo casi posible: de hecho mi
abuela pudo y quiso haber estado con Anna y Marina, aunque Anna y Marina nunca
estuvieron nunca juntas. Era mi propia abuela esa amiga que reunía a las dos
personas que ella más quería: Anna, la de la condena sin fin, la de las
memorias incesantes, la de los poemas guardados entre los dientes; Marina, la
del amor extremo, la que vivió en el fuego, la de soga al cuello.
Y
aquí estoy yo esta mañana de julio: con una imagen que no puedo recomponer y
una frase que no puedo pronunciar. Soy un recuerdo –magro, debilitado, al mismo
tiempo impotente e imponente- de dos sueños que duraron, como siempre, apenas un
abrir y cerrar de ojos.
Bellísimo querido Carlos. Bello sueño aunque dure apenas un abrir y cerrar de ojos.
ResponderEliminarhermoso sueño!
ResponderEliminarUna pausa de la que no se puede salir, me encantó la idea y me trajo muchos buenos recuerdos!! Gracias!!
ResponderEliminarBordeando con un rosario de palabras los acantilados de la belleza, del dolor, del amor...gracias Carlos, me emocioné otra vez leyendo tus escritos...
ResponderEliminarGracias Moni: y a dejar los ojos entreabiertos.
ResponderEliminarGracias Ami: para volver a soñar.
Gracias "desconocido" por esa pausa en la que estamos.
Gracias Elena, por ese "otra vez".