sábado, 20 de julio de 2013

"Elena, Anna y Marina, en un abrir y cerrar de ojos".





(Marina Tsvietáieva)




(Anna Larina)


(Abuela Elena)


Una noche soñé con una fotografía nítida, imposible. El retrato sepia, ajado pero exacto de Elena, Marina y Anna juntas. ¿Cómo podría ser? Un sueño, me dije. Yo mismo  soñándome y sosteniendo la imagen y mirando la fotografía con una ternura de la que no soy capaz. Eran mis manos, era mi cuerpo, lo se. Y también eran ellas,  las tres, cada una: Elena, sonriente. Marina, desafiante. Anna, infinitamente triste. Alrededor de la foto, nada. Eso es lo que produce el sepia: un árbol se parece el cielo, el cielo se mezcla y funde con las cabelleras, la sequedad y la humedad se confunden entre sí y la tierra y el horizonte no se encuentran jamás. Pero el sepia muestra algo que ninguna otra tonalidad consigue: nos conduce directamente hacia los rostros, hacia la patria de los gestos y parece que hay allí algo que quisieran decir, decirse o decirnos.

El sueño duró un poco más porque yo no quería despertarme de ningún modo. Quería seguir aferrando una fotografía tan inexistente como presente. Como aquella otra noche: había soñado que sostenía un libro, que marcaba una frase, la frase que –estoy seguro de ello- contenía el título de un libro que quería escribir hace mucho tiempo: un libro sobre un hombre que decide darse una pausa y ya no puede salir de ella por más que lo intente. La frase era tan certera, tan verdadera como un acantilado. Nadie pudo nunca haber escrito esa frase. Era perfecta y recuerdo que me dolían los ojos al leerla y me temblaban los pies al intentar remarcarla. Mientras soñaba la frase y en el sueño quería subrayarla, no lograba hacer funcionar el lápiz negro. Y la frase se corría o se descorría o llovía encima del libro y la página se vaciaba, se emblanquecía poco a poco, robándome cada una de las palabras y las letras. Todavía ahora siento la conmoción por haber descubierto una frase ideal que ya no recuerdo en lo más mínimo.

Pero al igual que con la frase,  al abrir los ojos la fotografía también se evaporó, se hizo un remolino y se fue. Y es que un sueño acaba cuando se abren los ojos; sin embargo los ojos están abiertos cuando uno se está soñando a sí mismo. Me desperté y lo único que podía recordar eran tres fotografías por separado, ya no sepias, ya no juntas. En el sueño las reuní en una sola, el sueño hizo más posible algo casi posible: de hecho mi abuela pudo y quiso haber estado con Anna y Marina, aunque Anna y Marina nunca estuvieron nunca juntas. Era mi propia abuela esa amiga que reunía a las dos personas que ella más quería: Anna, la de la condena sin fin, la de las memorias incesantes, la de los poemas guardados entre los dientes; Marina, la del amor extremo, la que vivió en el fuego,  la de soga al cuello.


Y aquí estoy yo esta mañana de julio: con una imagen que no puedo recomponer y una frase que no puedo pronunciar. Soy un recuerdo –magro, debilitado, al mismo tiempo impotente e imponente- de dos sueños que duraron, como siempre, apenas un abrir y cerrar de ojos.   



5 comentarios:

  1. Bellísimo querido Carlos. Bello sueño aunque dure apenas un abrir y cerrar de ojos.

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  2. Una pausa de la que no se puede salir, me encantó la idea y me trajo muchos buenos recuerdos!! Gracias!!

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  3. Bordeando con un rosario de palabras los acantilados de la belleza, del dolor, del amor...gracias Carlos, me emocioné otra vez leyendo tus escritos...

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  4. Gracias Moni: y a dejar los ojos entreabiertos.
    Gracias Ami: para volver a soñar.
    Gracias "desconocido" por esa pausa en la que estamos.
    Gracias Elena, por ese "otra vez".

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