El nombre Anna proviene del hebreo y significa compasión o que Dios se ha compadecido. Anna significa benéfica, compasiva, llena de gracia.
Cuánta ironía desafortunada guarda un nombre. Cuánto dislate. Mi nombre no tiene compasión. Ni de dios, ni de nadie. Dios nunca existiría. En mí no existió por lo menos dos veces: una por mi propia decisión, la otra por no haber llegado jamás a la hora señalada. A todos se les podrá perdonar la impuntualidad, menos a dios: cuando dios no llega, hay guerra.
Sin gracia, sin nada de gracia. Con frío, con las manos heladas, indefensas, mis manos que eran blancas y ahora son negras y azules. El verde no. El verde no está y yo extraño tanto la hierba.
Yo escribo Anna durante el trayecto del tren en la que estoy detenida. Encerrada. Transportada. Soy una carga que llevan, pero no sé de qué sirvo, qué valor contengo. Soy una caja petrificada, cuyo contenido es el silencio.
Mi nombre se escribe muy fácil. Hasta un niño podría hacerlo. Y todos mis carceleros. Mi hijo no llegó ni siquiera a pronunciarme. Hubiera sido tan fácil esperar el desprendimiento de sus labios.
Escribo Anna y no me encuentro. No hay luz. Está todo cerrado. El olor no se huele, es una fiera que me atrapa y me corroe; era ajeno y ahora es mío, soy el olor de otros que estuvieron aquí encerrados: ¿Se llamarían fácil? ¿También escribirían sin ver en la madera putrefacta del vagón sus nombres? Donde quieran que estén, sepan que los he leído. No sobrepuse mi nombre a ninguno de los suyos. Puedo tocar la madera y darme cuenta dónde está lisa, donde puedo seguir escribiendo y dónde quedaron las uñas de los anteriores viajantes funestos.
Huelo a un hombre que se orina cada tres minutos. Huelo las lágrimas de una niña aplastada contra el vientre de su madre. Huelo a la madre encharcada en sangre. Huelo una muchacha que pregunta adonde va, porqué está allí, qué ha hecho. Huelo despojos de una comida olvidada. Huelo el perro triturado por el hambre de los hombres. Quisiera oler la cocina de mis padres. Quisiera oler la barbilla de mi padre. Quisiera oler la caída de la tarde. Quisiera oler a mí. Y no puedo. Soy un cuerpo cuyo olor está en otra parte.
Más tarde, si hubiera tiempo, escribiré un poema sobre el olor a praderas. Para ello tendré que ocultar el sonido del tren y hacer que respiro como antes: con sencillez, sin tensión, como quien anda. ¿Pero más tarde qué es? Mejor ahora, ahora mismo, porque ahora me escucho y puedo hacerlo. Más tarde, no. Quizá no haya más tarde. Jamás volveré a pensar en después, sólo en antes, sólo en durante.
Cuatro metros hay. Son siete pasos míos. Hago ejercicios porque las piernas me duelen. Tienen marcas, llagas, colores violetas, que no son míos. ¿Qué es mío? Yo tenía. Debo hablar en pasado, mis posesiones ya no me tienen –no hablo de mi esposo ni de mi hijo ni de mi casa, hablo hasta de un hilo raído, o de una silla sin patas, o de las llaves torcidas o de mis cuadros arruinados por la humedad-. ¿Qué tengo si no esta memoria que es joven y rabiosa y desprolija? La memoria escupe, sí. Mi memoria es como una lengua de fuego.
Vuelvo otros cuatro metros, desfilo para no congelarme. Hay hielo en el techo y cae. ¿Estoy presa o éste es el infierno que nunca imaginaron los poetas, los pintores, los músicos?
Pero algo se mueve hacia delante. No. No es nada, son los rieles. Yo no tengo adelante. No tengo nada. Sí que tengo. Tengo tres preguntas guardadas desde que me empujaron al vagón y me encerraron por fuera:
¿Cuándo es de noche que nunca me doy cuenta?
¿Verás mi nombre algún día aquí tallado y contarás mi historia?
¿Volveré a dormirme alguna vez como cuando era pequeña?
Nadie responde. Sí, yo respondo, pero no tengo respuestas. Me hicieron presa, testigo, declaración, confesión, interrogatorio, tortura. Soy una pregunta eterna. Pero no tengo respuestas. Podrían preguntarles todo. Si quisieran escucharme. Hace tanto que no sé nada. Que no entiendo.
Se oyen ladridos, estaciones, gritos. No tengo un agujero por donde mirar y mis ojos están oscuros, tiesos. Por un compartimento cerrado alguien me da agua y un mendrugo. Rozo su mano como si la amara, como si de esa mano dependiera de mi vida.
Lo puedo todo, creo. Menos perder un rozamiento. Así se que hay mundo. Que no estoy muerta.
O que, aún muerta, alguien me piensa. Es decir: alguien me toca.
... ¿ Cuándo es de noche que nunca me doy cuenta?
ResponderEliminar...¿ Verás mi nombre algún día tallado y contarás mi historia ?
.. ¿ Volveré a dormirme alguna vez como cuando era pequeña ?
... Me quedo aquí , "en y con ANNA" .... llena de todo y nada .. como si el tiempo no pasara, o como si nos tragara... ese mismo tiempo.....
Lau